Cuando era un niño, mi vida se llenaba con un placer intenso y una energía vital que me hacían sentir lo que experimentaba al máximo. Yo era el centro de esta maravillosa y juguetona existencia y no sentía la necesidad de apoyarme en nadie, excepto en mi propia experiencia, para realizarme.
Sentía intensamente, experimentaba intensamente, mi vida era una fiesta de pasión y placer. También mis desilusiones y penas eran intensas. Nací libre, una criatura salvaje en medio de una sociedad basada en la domesticación. No había forma de escapar, siendo domesticado yo mismo. La civilización no tolera lo que es salvaje en su interior. Pero nunca olvidé la intensidad que la vida puede tener. Nunca olvidé la energía vital que me había agitado. Mi existencia desde que comencé a sentir que esa vitalidad estaba siendo drenada, ha sido una guerra entre las necesidades de la supervivencia civilizada y la necesidad de liberarme y experimentar toda la intensidad de vivir libre.